Soy Jessica Samayoa, guatemalteca de 51 años, y desde hace casi seis años convivo con las consecuencias permanentes de una caída que pudo haberse evitado. Como todos los domingos, el 20 de noviembre de 2011 me levanté temprano para lavar ropa, aprovechando que mis hijos dormían y para tener todo listo para el Día de Acción de Gracias que se aproximaba. Teníamos ya siete meses viviendo en esta casa, sin embargo, cada vez que tenía que bajar al sótano, donde estaban la lavadora y secadora, lo hacía con muchísimo cuidado, y miedo. Y es que la alfombra que cubría los escalones no estaba fija, no había baranda y, para rematar, había un hueco al fondo de la escalera.
Desde que nos mudamos, le había alertado ya al dueño de la casa del peligro que representaba para mí y mis hijos la condición en que estaban las escaleras del sótano, pero siempre le dio largas al asunto. Hasta que sucedió: perdí el equilibrio, me resbalé y caí hasta el final de los escalones. Mi pie izquierdo quedó metido en el hueco con todo mi cuerpo encima del tobillo. El dolor fue insoportable. Estuve como media hora sin poder moverme. Luego, como pude, gateé hasta arriba.
Inmediatamente le avisé al dueño, quien al día siguiente vino a cerrar el hueco y engrapar la alfombra, aunque siguió sin poner baranda. Sin embargo, el mal ya estaba hecho. Me había fracturado el tobillo y los tendones y ligamentos estaban sumamente rasgados. El doctor me recetó cortisona y puso una bota para ayudar en la recuperación.
Pasada Navidad tuve que volver al médico porque seguía con mucho dolor y fue cuando me dio la mala noticia: había que operarme porque el pie se había deteriorado. Después de la cirugía tuve que recibir más medicamentos para el dolor y terapia durante un año. Además, por mi incapacidad, perdí mi trabajo y no pude volver a la casa, al no poder subir y bajar escaleras. En paralelo a lo que estaba sufriendo, el casero me dijo que todo había sido culpa mía por no haber estado pendiente. Fue cuando decidí demandarlo.
Llegué a los abogados Ginarte después que una amiga me refirió a ellos. Los llamé, expliqué mi caso e inmediatamente me vinieron a ver, porque no me podía mover. Desde la primera entrevista me trataron como familia y tomaron el tiempo para explicarme todos los detalles de mi caso y los siguientes pasos.
Definitivamente, en mi vida hay un antes y un después de esa caída. Quedé coja y con mucho dolor, además de que el sedentarismo obligado me ha hecho también ganar mucho peso y convertido en pre-diabética con presión alta. Sin embargo, en medio de esta dura prueba que me ha puesto Dios, ha sido reconfortante poder contar con los abogados Ginarte para defender mis derechos. Mi calidad de vida anterior no me la devuelve nadie, pero, al menos financieramente, los abogados Ginarte lograron justicia y que fuese compensada por quien, con su negligencia, me dañó la vida para siempre.
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